Hubo un tiempo en que mi vida se tejía entre sombras.
Crecí en un hogar marcado por la adicción, el alcohol y el ruido del dolor,

también gracias a una Diosa empoderada aquí en la tierra,

mi madre, una llama que vibró tan fuerte que sola,

dio vida y forma a tres llamitas grandes y fuertes.

Nada fue fácil, pero incluso entonces,

había una chispa dentro de mí que se negaba a apagarse.

Durante veinticinco años llevé conmigo el peso del cuerpo y del alma;

la obesidad, los diagnósticos de artrosis y fibromialgia

a una edad en la que la vida apenas comienza,

y el eco de una familia profundamente católica

que no siempre entendía mi manera de sentir el mundo.
 

Aun así, seguía buscando mi propio lenguaje,

ese que hablaba con la tierra, el silencio y la calma.

Y justo a los 25 años, la vida me detuvo por completo.
Una máquina de 200 kilos cayó sobre mí y todo

se quebró en ese instante… menos mi espíritu.

En ese instante entendí que la luz también baila entre las sombras,

y que a veces es en la oscuridad donde encontramos el fuego que nos guía.

 

Desde entonces, aprendí a mirar la vida con otros ojos:
a ver la belleza en lo pequeño, a escuchar el susurro del invierno

y a encender mi propia vela incluso cuando el viento sopla fuerte.

 

Hoy, este espacio es el reflejo de esa transformación.
Aquí comparto lo que me salvó: la calma, la conexión con la naturaleza,

la magia del hogar y la certeza de que todos podemos

convertirnos en nuestro propio lucero.